Non scholae, sed vitae discimus




Gracias. Usted ha sido un maestro y un amigo. Nos ha enseñado ciencia, buen hacer, respeto a las personas, amor a la libertad. Pero sobre todo, se nos ha dado usted mismo, su inteligencia, su afecto.
A don Antonio, que
"aunque la vida perdió
dejónos harto consuelo
su memoria"

             

domingo, 14 de febrero de 2010

Un humanista de cuerpo entero / Abc 1.2.10

El primer texto latino que leí en la Universidad de Sevilla fue el Pro Archia de Cicerón, en una edición a cargo de Don Antonio Fontán: de humanista a humanista. No era esta la primera vez que oía hablar de Don Antonio. Con 16 años, decidido ya a estudiar Filología Clásica, había descubierto en una librería sevillana su Humanismo romano. El autor había sido ya presidente del Senado y ministro. ¿Un humanista dedicado a la política? ¿Acaso no había hecho lo mismo Cicerón…?
Don Antonio y yo habíamos comenzado los mismos estudios en la misma ciudad, Roma andaluza, en cuyo casco antiguo habíamos nacido. Al año siguiente de iniciar mis estudios universitarios, 1986, tuve la suerte de conocerle personalmente. Un grupo de imberbes filólogos de provincias le habíamos pedido dialogar con él en su estudio de Doctor Fleming. Yo llevaba mi Humanismo romano, donde estampó su firma. ¿Qué podíamos aportarle unos jóvenes inexpertos a un maestro de prestigio nacional de 63 años? No nos miró con displicencia, sino con afecto. No estaba allí para poner en evidencia nuestra ignorancia, sino para compartir su scientia. En la conversación telefónica previa, Don Antonio me había sugerido que podía hablar también de las raíces cristianas de Europa, como un humanista del Renacimiento que aspiraba a acudir a las fuentes…
Concluí la carrera en Granada, ciudad a la que Don Antonio había arribado como catedrático de Filología Latina unos decenios antes… Allí también trabajé como periodista: la otra profesión del maestro. ¿No son muchas de las cartas de Cicerón crónicas periodísticas…? Al acabar mi licenciatura le pedí que me dirigiera la tesis. Con elegancia, me sugirió que fuese mi director –como así fue- alguno de los profesores de Granada. No quería, de alguna manera, sustituir a quienes, cercanos a mí, y en mi misma alma mater, podían dirigir mi trabajo.
Pero a él mandé el primer ejemplar de la tesis, convertida ya en libro. Al fin y al cabo, versaba sobre un tema de humanismo renacentista, y él había sido mi primer maestro a través de sus libros y ediciones. Como en los diálogos clásicos y renacentistas Don Antonio me había puesto en contacto con otros filólogos: “Envíales tu libro de mi parte”. Evidentemente, el “de mi parte” era un gran favor. Un favor inestimable. Un valor añadido que, de inmediato, sus amigos y discípulos entendieron. Fruto de ello fue, entre otras cosas, la reseña que Luis Alberto de Cuenca publicó en el Abc Cultural. Don Antonio, que, armas y bagaje, se entregaba a su interlocutor, me dijo: “También puedes publicar un artículo en Nueva Revista”.
Si quid est in me ingenii… comienza el Pro Archia. Algo que podría decir también Don Antonio, y no como mera captatio benevolentiae… Pocos meses antes de su muerte volví a coincidir con él. Estaba allí, en una biblioteca abierta a un jardín -¿qué más se puede pedir?-, concentrado sobre un libro. Pero, Don Antonio, le dije. ¿No descansa? “No sé hacer otra cosa”, me respondió. Tenía 86 años y trabajaba en un libro sobre Cicerón y en otro sobre Séneca. “¿Me ayudas a editarlo?”, me propuso. No salía de mi asombro.
Como Petrarca, Don Antonio moría sobre sus pergaminos…

Antonio Barnés Vázquez

martes, 9 de febrero de 2010

Antonio Fontán in memoriam / El blog de Salvador Villegas

Al abrir los periódicos la mañana del último y frío catorce de Enero me encontré con la noticia del fallecimiento de D. Antonio Fontán Pérez (Sevilla 1923 – Madrid 2010). Para mi sorpresa, pude observar que este hombre, al que tanto debe la pacífica transición y la democracia española, era conocido en primer lugar como político, en segundo como periodista y en tercero como humanista y, en cualquier caso, por muy pocas personas. Esto, tras pensármelo mucho, me ha animado a dedicar una comunicación a D. Antonio Fontán, al que siempre he admirado por su amor a la libertad y a los Estudios Clásicos a pesar de mis diferencias en cuestiones políticas, ideológicas e incluso religiosas.

Aunque su inteligencia y capacidad de trabajo eran inimaginables y le permitían dedicarse con toda brillantez a su profesión de catedrático de universidad y a su afición de periodista, quizá por deformación profesional de docente, desechando la cronología, voy a dividir mi comunicación en tres apartados ordenados según la importancia que me merece cada una de sus tres principales actividades: Don Antonio Fontán, humanista; Don Antonio Fontán periodista, y Don Antonio Fontán, hombre de Estado.

Don Antonio Fontán, humanista

D. Antonio Fontán recibió una sólida formación humanística desde que comenzó a cursar en el Colegio de los Jesuitas de Sevilla aquel Bachillerato (lo escribo con caja alta) de siete años en el que todos los alumnos sin distinción estudiaban ciencias y letras que incluían latín y griego. Su currículum posterior culmina lo que comenzó en Bachillerato:

- Comenzó la carrera de Filosofía y Letras en Sevilla y se licenció en Madrid en 1944.en la especialidad de Lenguas Clásicas.

- Leyó en Madrid, en 1948, su tesis doctoral sobre Manuscritos de Séneca en las Bibliotecas españolas.

- Catedrático de Filología Latina desde 1949, profesó en las Universidades de Granada, Navarra (entonces Estudio General), Autónoma de Madrid y Complutense de Madrid, de la que fue profesor emérito desde su jubilación.

- Fue un magnífico traductor de Tito Livio y Cicerón y publicó numerosos artículos y libros sobre el mundo romano y el Renacimiento.

Conocí a D. Antonio Fontán durante el II Congreso Andaluz de Lenguas Clásicas, que se celebró en las ciudades de Antequera y Málaga en Mayo de 1984. Era por aquel entonces Presidente de la Asociación Española de Estudios Clásicos y, como tal, abrió el Congreso con un discurso del que todavía resuenan en mis oídos algunas palabras que explican cuáles fueron los cimientos sobre los que se fundó su personalidad.

Estudiar la cultura antigua es estudiarnos… a nosotros mismos. Los griegos y los romanos de hoy somos nosotros, o no somos nada. La lengua que hablamos es una forma moderna o renovada del latín. Los sistemas de razonamiento y la dialéctica que hemos aprendido y en que consiste la metodología de las ciencias provienen de la analogía platónica y acaba remontándose a las primeras metáforas homéricas. Lo mismo podemos decir, en referencia más directamente a Roma, de la sociedad, del derecho, de la persona humana, y de los valores culturales que encarna…

Vemos, pues, que la base sobre la que se fundó la rica y enriquecedora personalidad del Dr. Fontán fueron sus estudios clásicos. Fue en todo momento un humanista y con este bagaje se introdujo con éxito por las veredas del periodismo y fue introducido por los vericuetos de la política.

Don Antonio Fontán, periodista

El periodismo fue la gran afición de Don Antonio durante toda su vida. Mas no se conformó con colaborar esporádicamente en uno y otro periódico; obtuvo el título de periodista en la entonces Escuela Central de Periodismo de Madrid, donde acabó en 1954 y, durante su permanencia como catedrático de Filología Latina en el Estudio General de Navarra, fundó el Instituto de Periodismo, germen de la actual Facultad de Ciencias de la Comunicación de la ya Universidad de Navarra.

Como periodista ha escrito a lo largo de su vida gran cantidad de artículos; pero es conocido, sobre todo, por ser el último director de Madrid, diario que por su liberalismo fue cerrado por el régimen franquista y poco después, borrado literalmente del mapa de la capital de España con dinamita. Corría ya el año 1971; el Dr. Fontán lo había dirigido desde 1967.

Tras el breve hiato (1979-1982) en el que anduvo en política, siguió simultaneando su actividad periodística con su cátedra de Filolofía Latina y fundó en 1990 Nueva Revista, de la que ha sido presidente y editor.

El periodismo, pues, no fue algo accidental en su vida. El Instituto Internacional de Prensa (Internacional Press Institute) en su asamblea celebrada en Bostón en mayo de 2000, eligió, para celebrar su quincuagésimo aniversario, cincuenta Héroes de la Libertad de Prensa (Press Freedom Her) correspondientes a cincuenta naciones. El Dr. Fontán fue el seleccionado para España. Y es que D..Antonio era un liberal, maestro de liberales, como la copa de un pino.

Don Antonio Fontán, hombre de Estado

Durante la dictadura, Don Antonio Fontán, liberal y demócrata, no ocupó ningún cargo político. Monárquico convencido, fue miembro del Consejo Privado del Conde de Barcelona hasta 1969 y uno de los mentores del entonces Príncipe. Años después, en 1977, estas relaciones le permitieron ser la persona apropiada para entregar al rey Don Juan Carlos la carta en la que D. Juan renunciaba a todos sus derechos reconociendo así el reinado de su hijo.

Durante la transición, en 1977, presentó su candidatura a senador por Sevilla bajo las siglas de UCD y ganó el escaño. Fue Presidente del Senado y, como tal, con el Presidente de las Cortes y el del Congreso de los Diputados, refrendó la firma real que promulgaba la Constitución de 1978, como puede comprobarse en su disposición final.

En 1979 fue elegido Diputado por Madrid en las primeras elecciones convocadas según la reciente constitución y nombrado Ministro de Administración Territorial (1979-1980).

Al acabar la legislatura se retiró de la política activa y se dedicó a lo que siempre se había dedicado: sus clases de Filología Latina, sus traducciones de Cicerón y Livio, sus trabajos sobre Séneca, sus estudios filológicos, sus congresos… y su periodismo. El Dr. Fontán se retiró de la política como se retiró el romano Cincinato, cuya legendaria leyenda conocía a la perfección como buen humanista.

He llegado al final. Y quiero acabar deseando desde lo más profundo de mi agnosticismo estar equivocado y que mi admirado Antonio Fontán, tras su muerte, se haya encontrado con lo que en vida tanto deseó. En todo caso, maestro, tú sabías que ya habías alcanzado la inmortalidad en el concepto clásico del término, esa inmortalidad definida por Cicerón en Filípicas, 9.5.10.:

Vita mortuorum in memoria vivorum est posita.

La vida de los muertos en la memoria de los vivos está puesta.