niciativas tan meritorias como el curso de verano celebrado en El Escorial, el homenaje dispensado por la Fundación Pastor de Estudios Clásicos o la presentación en la Fundación del diario Madrid de la biografía de Calvo Serer con un brillante prólogo del propio don Antonio, nos han permitido meditar sobre su figura y comprobar que nos une la gratitud hacia su persona y la admiración hacia su obra. Ahora vendrán otras muchas actividades. Durante años don Antonio nos llevó a cuestas a muchos de nosotros entregándonos su tiempo, su magisterio y su consideración, ahora nos toca honrar su memoria, adquiriendo el compromiso de difundir su pensamiento y documentar la significativa aportación que hizo a nuestro país.
Antonio Fontán esencialmente era un hombre íntegro. Esa pulcra probidad moral se manifiesta acusadamente en su humanismo, en la coherencia sin fisuras entre sus actos y sus ideas y en la altura de miras que siempre presidió su conducta desde el principio hasta el final de su vida. Un humanismo sedimentado sin duda en su conocimiento de la antigüedad clásica, de la cultura grecolatina que converge con el cristianismo. El pilar de ese humanismo fue, es y será la libertad, fundamento y sustento de la condición humana y origen de la dignidad del hombre. Don Antonio tomó la libre decisión de vivir como pensaba, practicando las virtudes inherentes a la ética cristiana, ejemplarizada en el amor al prójimo, así como de dedicar su vida a España, a la formación de sus hombres y mujeres, condición imprescindible para su recuperación y para la reconciliación, el entendimiento y la concordia entre los españoles.
Sobre estas bases morales, con un superlativo sentimiento del deber y de la responsabilidad, con una proverbial buena fe no contaminada por los avatares de la vida, con una ejemplar moderación de ánimo, basada en su fuerza interior y un afán limpio e intachable de servir al interés público, Fontán emprendió su aventura.
Aunque podríamos seguir adjetivándole, quizás son oportunas y aplicables las palabras de Hannah Arendt: “Nobleza, dignidad, constancia y cierto risueño coraje. Todo lo que constituye la grandeza sigue siendo esencialmente lo mismo a través de los siglos”. Nunca se quejaba, sólo le dolía la ingratitud, el comportamiento desatento. Don Antonio fue un forjador de personas útiles, capaces de detentar responsabilidades en el ámbito de la universidad, la política o el periodismo, con el objetivo orteguiano de subir el nivel del país, de estar a la altura de los tiempos.
Los hombres se hacen, no se fabrican, y así un político no es fruto de la producción just in time de una cadena de montaje, sino de un aprendizaje incesante e implacable donde se entreverán las circunstancias vitales, el conocimiento adquirido por el estudio, la reflexión y la experiencia multidisciplinar. Tenía la única autoridad que permanece y es digna de ese nombre: la moral. En la biografía de este hombre constructivo y positivo, que pensaba que cada problema tiene una solución, cabe destacar tres etapas orientadas a un mismo fin: la restauración democrática. Las tres etapas fueron:una universitaria, otra periodística y otra política. Su primera etapa ya como joven catedrático de Universidad participó a través de publicaciones en la formación de una conciencia crítica nacional al régimen de Franco, que despertase especialmente a los círculos dirigentes de la sociedad y fuera una urdimbre sólida para el objetivo democrático. Consecuentemente empieza a agrupar a personas con preocupaciones nacionales y siempre mirando al futuro. En su segunda etapa, la periodística, cabe destacar su aportación al diario Madrid, con el que todos los demócratas deberíamos tener una deuda de gratitud efectiva por su valentía. Nunca retrocedió ante Franco, luchó junto a otros colaboradores con el arma de la palabra, sin rencor y sin odio, con firmeza, juego limpio y hombría de bien. Fomentaba en la Redacción la libre y abierta discusión sobre los diferentes asuntos, propiciando el entendimiento, aunando opiniones y respetando la leal discrepancia. El diario Madrid publicó el 30 de Mayo de 1968 el famoso artículo de Rafael Calvo Serer Retirarse a tiempo. No al General de Gaulle entendiéndose claramente la similitud con la situación española, así como la invitación al general Franco a irse. Esta fue la gota que provocó el cierre del diario.
Por último en su etapa como político, cabe destacar la satisfacción de poder contribuir desde su responsabilidad como primer presidente del Senado a “constitucionalizar” los valores de la concordia, el entendimiento y el consenso político en pos del bien común como activos definitorios de la transición política española. Ahora estos valores parecen olvidados.
*Arturo Moreno es abogado.http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/opinion/ano-fontan
domingo, 16 de enero de 2011
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