Non scholae, sed vitae discimus




Gracias. Usted ha sido un maestro y un amigo. Nos ha enseñado ciencia, buen hacer, respeto a las personas, amor a la libertad. Pero sobre todo, se nos ha dado usted mismo, su inteligencia, su afecto.
A don Antonio, que
"aunque la vida perdió
dejónos harto consuelo
su memoria"

             

sábado, 16 de enero de 2010

Antonio Fontán, descansa en paz / Diario de Cádiz

Enrique / García-Agulló | Actualizado 16.01.2010 - 01:00

El mediodía oscuro de invierno nos trae la triste noticia del fallecimiento de Antonio Fontán Pérez, un buen liberal dueño de un ilustre currículo en el que ha brillado y brillará para siempre con afecto en el recuerdo que muchos mantendremos de su persona o con interés para todos aquéllos que gustan de conocer quién es quién en esta sociedad nuestra.

Un hombre de la lealtad es lo que Antonio Fontán me hizo sentir de él cuando le conocí al empezar el último cuarto del pasado siglo. Leal en su trayectoria con el padre del Rey a quien asistiera en su Consejo Privado. Leal con su hijo, Don Juan Carlos I. Leal con España a la que se entregó con sus mejores esfuerzos. Leal con sus oficios en la docencia o en el periodismo, pero leal hasta el extremo final con la Libertad, con todas las libertades, las que nos son tan necesarias a todos cada día.

Conocí a Antonio Fontán en esas fechas inolvidables que fueron desde el fallecimiento de Franco hasta el 6 de diciembre de 1978, en los tiempos en que muchos españoles tuvimos que cooperar con común esfuerzo para que España fuera patria de todos y no Mater Dolorosa para algunos. Eran los días de quienes querían a ultranza mantener lo que había o de los que pretendían revolver todo para que los que hasta entonces fueron, dejaran de serlo.

Y algunos elegimos encontrarnos en la posibilidad de entender que España era la reunión de todos los españoles, como nos habían dejado dicho en 1812 los primeros españoles que quisieron entenderse.

Antonio fue un buen mentor para muchos de nosotros. Todavía recuerdo aquellas reuniones que en la Calle Sánchez Bedoya, de Sevilla, manteníamos un grupo de jóvenes ansiosos de democracia que quisimos cooperar en una España nueva donde cupiéramos todos y donde nos empapábamos, desde un punto de vista liberal, de todo lo nos ayudase a defender nuestras ideas defendiendo la presencia de las ideas de los demás. Allí, en el local, cada tarde nos veíamos Soledad, Alfonso, Rafael, Eugenio, Jesús, Ignacio, qué sé yo, los del taxi y algunos más, parafraseando a Guerra. Y en los encuentros que periódicamente manteníamos con Antonio en algunos de los cafés de alrededor donde nos contaba las cosas que estaban pasando, sus experiencias y discutíamos sobre las qué podían pasar.

Y ahora estas cosas parece que no son nada. Sí, sí, nada, ya les diría yo a los que no las vivieron. Fueron los tiempos en que comenzara la Transición con todas sus dificultades pero con todas las ilusiones. El primer gobierno sin Franco pero con su espíritu presente. El desconcierto del aparato del Estado y las lícitas reclamaciones de quienes no habían podido hablar con libertad de sus sentimientos o de sus reclamaciones. Una extraña situación con la aparición de la vergonzante legislación sobre las Asociaciones Políticas que pretendía llamar de una manera a la realidad del deseo de los españoles de querer constituirse en los partidos políticos. Las Cortes de un Régimen que acababa y una ilusión que empezaba con el Presidente Suárez.

Y Antonio Fontán ya estaba con nosotros, impulsando, animando, moderando, enseñando. Poniendo su experiencia a favor nuestro y acuñando con afán el sentido de ser liberal.

La prensa ya ha dejado constancia de su extensa y generosa vida, de sus trabajos porque los españoles nos reuniéramos en este común solar, producto de una vida de entrega a los demás, de su preparación académica, de la riqueza intelectual de un hombre formado para la enseñanza y la investigación o para el ejercicio valiente del periodismo y para las lealtades.

Probablemente habrá personajes de mayor importancia o de mejor presencia en los medios y por ello más conocidos en el cotidiano vivir de los españoles de ahora, pero Antonio Fontán, y algunos otros más que fueron piña en aquellos años, fueron esenciales para que hayamos llegado hasta hoy sin tirarnos los trastos a la cabeza.

Me quedaré sin su acostumbrado opúsculo de Navidad que cada año, por tan entrañables fechas, nos mandaba a los amigos. Ya no volveré a recibir esos trabajos que le gustaba comenzar en latín. Pero me quedará para siempre mi constante agradecimiento porque he podido ser testigo del esfuerzo y las virtudes de un hombre bueno, muy preparado, que sentía más el ser que el tener y que nos enseñó a muchos de nosotros que ser liberal, además de comprender la defensa de unos principios políticos que nos son propios por la libertad y para la libertad, pasaba por entender la realidad de los demás, incluso la de nuestros adversarios en política.

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