Publicado Jueves , 14-01-10 a las 20 : 33
Para una generación de periodistas que –pese a peinar ya alguna cana- casi podíamos ser sus nietos, Don Antonio fue siempre, por encima de todo, un profesor y un referente ético. Cuando tantos a su alrededor se plegaban a la conveniencia del buen vivir con el franquismo, él plantó cara al frente del “Madrid” hasta el cierre del diario, que fue también la clausura de la última esperanza de reformismo desde dentro del sistema. Y que sirvió igualmente para que el primero de sus alumnos, el Príncipe Don Juan Carlos, tuviera un profesor todavía más implicado en la necesaria reforma política desde incuestionable fundamentos liberal conservadores.
Tras su paso, muy notable, por las Cortes y el Gobierno, Fontán volvió al periodismo. Me dijo un día con bastante desdén, hará diez años, que aparte de ABC él ya sólo leía “The Spectator”, el iconoclasta semanario conservador británico. Y después de ojear un solo ejemplar me suscribí hasta el día de la fecha. A finales de 1989 puso en marcha “Nueva Revista”, que tras él dirigió Pilar del Castillo y hoy gobierna Álvaro Lucas. En su consejo editorial ha sentado al más amplio pantone de la derecha española, de Luis Alberto de Cuenca a Rafael Rubio de Urquía, de Arturo Moreno Garcerán al Marqués de Tamarón.
Decía que fue don Antonio Fontán, por encima de todo, un profesor. Y es que a quienes no llegamos a cursar estudios clásicos en los bachilleratos ya a la deriva de las décadas de 1970 y 1980, el primoroso regalo navideño de Fontán, un ensayo sobre cualquier materia de la civilización clásica, ha contribuido a desasnarnos como pocas otras lecturas. En treinta o cuarenta páginas, disfrutadas con delectación al calor de la chimenea, nos abría cada año la mente a un mundo que era el espacio intelectual natural del catedrático de filología latina. Y nos hacía marcarnos el objetivo, nunca cumplido, de ampliar la lectura durante el año venidero.
Pero sin duda el opúsculo navideño que más disfrutó fue el de 2008, que se salía de la temática habitual para narrar la historia de Guadalcanal, su cuna. El Rey acababa de crearle marqués de Guadalcanal y pocas cosas podían haber satisfecho más al veterano monárquico que probó sus credenciales siendo siempre leal, a un mismo tiempo, al viejo Rey en el exilio y al joven Príncipe engarzado en el sistema. Porque Fontán creía, por encima de todo en la institución, pero sabía que la Monarquía hoy, es una institución inviable si no la encarnan personas a la altura del reto. Y, cabría añadir, sin consejeros de la altura del marqués de Guadalcanal.
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