Antonio Fontán actuó de enlace entre el conde de Barcelona y su hijo, contra los intrigantes
Nos ha dejado, a muchos muy apenados, Antonio Fontán, uno de los arquitectos del nuevo Estado democrático y pluricultural, el de la reconciliación española, el de la transición y del consenso en torno a la monarquía constitucional y parlamentaria, única vía que ofrecía ciertas garantías de liquidación de la Guerra Civil y de cambio político hacia un Estado de derecho homologable con los demás países occidentales. Fontán ha sido un ejemplo de hombre puente, ese género de personas que tanta falta hace en momentos críticos como los actuales, comprensivos, antisectarios, tolerantes, abiertos al diálogo, comprometidos en el servicio de la colectividad. De antigua raigambre andaluza, erudito profesor, filósofo y latinista, periodista vocacional, político que sólo fiaba en la autoridad moral, Antonio Fontán se granjeó, a la vez, la confianza del príncipe de España y de su augusto padre, el conde de Barcelona, entre los cuales actuó de enlace, contra intrigantes palaciegos que intentaban enfrentarlos. Fue una decisiva contribución al establecimiento en la jefatura del Estado de la institución al servicio de todos los españoles. Luego vendrían el apoyo al partido centralista de Adolfo Suárez y la gestión del primer ministerio de las autonomías, en la que apoyó la aprobación del Estatut de Sau, en cuya redacción participó su amigo Laureano López Rodó, y la presidencia del Senado, en la que también sobresalió el espíritu liberal antidogmático que distinguió toda su vida a este leal miembro del Opus Dei. ...
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