Non scholae, sed vitae discimus




Gracias. Usted ha sido un maestro y un amigo. Nos ha enseñado ciencia, buen hacer, respeto a las personas, amor a la libertad. Pero sobre todo, se nos ha dado usted mismo, su inteligencia, su afecto.
A don Antonio, que
"aunque la vida perdió
dejónos harto consuelo
su memoria"

             

domingo, 31 de enero de 2010

Antonio Fontán, un sevillano universal / El Imparcial 1.2.10

Hidehito Higashitani
HIDEHITO HIGASHITANI es catedrático emérito de la Kobe University of Foreign Studies y actualmente catedrático de Literatura en Himeji Dokkyo University (Japón).

In contraria ducet
Antonio Fontán, un sevillano universal
01-02-2010
Me llega la noticia, con miles y miles de kilómetros de distancia de por medio, del reciente fallecimiento en Madrid de Antonio Fontán, mi antiguo profesor de la Facultad de allá por los años 60. La prensa española coincide en dar la noticia destacando su personalidad como ’el primer presidente del Senado de la democracia’ y habla de su dedicación polifacética con sus méritos profesionales en variados campos a lo largo de su vida: como politico, como periodista y también como catedrático de Filología Clásica.
Pero, no quisiera caer ahora en el tópico de recordar a un maestro enumerando todos los títulos honoríficos, publicaciones y cargos que desempeñó a lo largo de su vida. Lo que pretendo aquí es trazar un pequeño retrato personal suyo refiriéndome escuetamente a su dimensión humana vinculada a mi contacto personal con él en el ámbito de la Universidad, que fue, al fin y al cabo, el que ocupó una buena parte de su trayectoria vital.
Conocí a Antonio Fontán en 1964 siendo él decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad, donde yo, recién terminada la licenciatura en Japón, acababa de iniciar mis estudios doctorales en España.
El profesor Fontán, como decano de la Facultad, tuvo la gentileza de invitarme un día a su despacho para hablar conmigo sobre la marcha de mis estudios y para cambiar impresiones sobre cualquier tema que me gustase.
A decir verdad, para un típico despistado oriental que pisaba las tierras hispanas por primera vez en su vida, donde tan distintos eran el modo de pensar, la forma de actuar y las costumbres de la gente que me rodeaba, me resultaba algo incómodo en aquel entonces mi intento de adaptación a la vida universitaria española. No me refiero a esas típicas chiquilladas inocentes o bulliciosas bromas que se gastaban entre los estudiantes, ni a aquellas típicas discusiones acaloradas mantenidas por los que creen que por alzar la voz consiguen tener más razón frente a los demás, ni a otras expresiones ’carpetovetónicas’ similares del alma hispana, porque eso no me cogía de sorpresa ya que venía yo bien dispuesto y preparado para ello.
Pero lo que sí que me incomodó mucho fue la sensasión de malestar y de desconcierto en el orden, digamos, intelectual que me causó el ambiente político y social que reinaba entonces en España. Era la época en que en España se festejaba por todo lo alto ’los 25 años de paz’ y se suspendía por orden gubernamental la publicación de una revista humorística por sacar un titular que decía con jocosidad ’Veinticinco años de paz y ciencia’.
Todo ese ambiente en la vida pública española era de difícil asimilación para un jóven oriental de veintitrés años que hasta entonces había vivido y formado intelectualmente bajo el ambiente liberal y democrático en su país de origen en la época de postguerra.En la primera entrevista con el Prof. Fontán, lo que más me impresionó fue su modo de hablar tan tranquilo y reposado respaldado por una inteligencia equilibrada y juiciosa junto con aquella elegancia y finura nata de un sevillano tradicional. Y me quedé algo tranquilo al comprobar que frente a mí tenía a una de esas personas que sabían ’convencer’ con buen razonamiento sin necesidad de alzar la voz a los que difieren de su pensamiento. Y nuestra conversación giró, más que sobre el tema de mis estudios, principalmente en torno a esa sensación de desconcierto que yo sentía en la vida española y sobre la postura intelectual que yo debía tomar frente a aquella sociedad a la que pertenecía yo de alguna forma.
A través de una serie de conversaciones que tuve con él desde aquel primer encuentro, no tardé mucho en descubrir su talante liberal y equilibrado, su independencia de criterio, su generosa actitud de comprensión de las posiciones de los demás.
Fontán comprendió en seguida mi inquietud con ese modo casi intuitivo de ver las cosas. Tuve la sensación de haber encontrado de verdad un ’aliado’ mío y me entretuve en esos ratos gratísimos de diálogo tranquilo y relajado. Y me confortaban sus palabras llenas de afabilidad y de cariño que le caracterizaban
Pero en esta vida lo bueno no suele durar mucho. Al cabo de unos años escasos de nuestro encuentro se marchó para Madrid para emprender su nuevo camino en el periodismo.
Desde aquel año seguí —dentro y fuera de España- sus avatares profesionales como periodista formando parte de la avazadilla de la democracia y enfrentándose con la dictadura y después como político de pro en la línea de conservadurismo liberal en la época de la transición democrática.
Antonio Fontán era, por lo que a mí me toca, un espíritu libre. Y casi me atrevería afirmar que es una de las personas que me habían dejado mayor impronta en los años de plenitud formativa, es decir en mi vida estudiantil universitaria. Así que a él le guardo gratitud profunda.
Adiós y muchas gracias, don Antonio.

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